La lectura produce en la vejez, lo que el gimnasio genera en el cuerpo tras años de entrenamiento. Si se leyera con la misma intensidad con la que los jóvenes acuden al gimnasio para afinar sus pectorales, se reduciría drásticamente el índice de personas con demencia o daños cerebrales irreversibles.
El estado cognitivo del cerebro está relacionado a la estimulación a través del ejercicio mental. Esta fórmula frena el declive intelectual, que siempre se vinculará con el envejecimiento, pero esta no es una ley inequívoca; siempre habrá variables que se podrán modificar.
Leer los cuentos infantiles para los nietos se proyecta como un símbolo de la vejez que ha sido estereotipado por la modernidad de los tiempos que corren, pero esa práctica podría salvar la salud mental de una persona que supere los 65 años.
El mundo de la lectura funciona de la misma manera para todos. No importa lo que lea, sólo es necesario crear el hábito de reservar, aunque sea, una hora diaria para darle continuidad a esa novela que tanto le gusta o el artículo que quedó pendiente de su revista favorita.
Tener un material informativo –de cualquier clase- disminuye los niveles de estrés, ya que la acción de leer se presenta como un mecanismo que distrae al cerebro de la ansiedad, angustia, soledad o nerviosismo.
Una de las propiedades que se le atribuye a la lectura es que no sólo mantiene las funciones intelectuales, sino las mejora al punto de aumentar sus acciones en la resolución de problemas complejos e incrementa la velocidad de procesamiento.
La creatividad e imaginación se promueve por el proceso donde el cerebro recrea las imágenes que se correlacionan con cada palabra. Esta es la diferencia con la televisión: los recursos gráficos son suministrados a través de la caja visual, mientras que en el libro se puede visualizar el desarrollo de la narración que mejor le parezca.
El ritmo de lectura de cada persona es incomparable, es decir, no se puede denigrar a nadie por leer con mayor lentitud en comparación a otros. Tampoco se puede adjudicar su ritmo de lectura a un posible letargo; lo importante de este caso es la constancia que tenga el adulto mayor por leer.
Un estudio de la Universidad Rush, en Chicago (Estados Unidos) reveló que personas que mantuvieron actividades mentalmente estimulantes desde temprana edad hasta la vejez, tenían menos probabilidades de sufrir un deterioro de la memoria en comparación con aquellos que no incentivaron el ejercicio cognitivo de sus mentes.
“No hay que subestimar los efectos de las actividades cotidianas, como la lectura y la escritura, en nuestros hijos, nosotros mismos y nuestros padres o abuelos”, señaló en su momento Robert S. Wilson, el investigador principal de esta universidad estadounidense.
Todos estos procesos deben ser acompañados por una buena alimentación y una rutina de ejercicio adaptada a la intensidad que pueda soportar el paciente; la costumbre de caminar media hora por un parque o trotar en una pista olímpica, si sus capacidades aeróbica lo permiten, son algunas de las opciones para mantener al cuerpo a tono con una mente saludable