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Reloj biológico: la cuenta regresiva hacia la vejez

El envejecimiento es una de las condiciones humanas que representa un reto diario a la ciencia, por sus bifurcadas explicaciones sobre cómo se genera realmente el deterioro corporal. En búsqueda de respuestas, diversos estudios han encontrado en la teoría del reloj biológico un acertijo dentro de los enigmas del ser humano.
En la jerga tecnológica, esta teoría es un símil de la obsolescencia programada, un término usado para definir la estrategia corporativa de planificar la caducidad de cada producto, con el fin de ser reemplazado y generar incentivos para el consumo en masa.
En el caso del ser humano, el reloj biológico juega la misma función que la obsolescencia programada, con la diferencia de que cada órgano está sistematizado para degenerarse año tras año, sin intervención de agentes externos y sin ningún lucro.
Se habla en la teoría del reloj biológico que existe un genoma, que actúa como un detonador, el cual provoca la aparición de cambios moleculares, celulares y de sistemas que se observan con el envejecimiento con el pasar del tiempo.
Diversos estudios han determinado las edades donde empieza la degeneración sistemática del tejido, a causa de esta estructura molecular denominada el gen del envejecimiento.
Está teoría es una medición de la vejez, que ayuda a determinar cuáles son aquellas funciones que desaceleran su ritmo con cada año de vida. Sin embargo, existen otras hipótesis, como la teoría endocrina, donde la vejez aparece tras la pérdida de las secreciones hormonales que conducen al decaimiento orgánico.
Entre los órganos que tienen mayor resistencia contra la obsolescencia programada de nuestro organismo se encuentra el cerebro y el corazón, cuyos años de descenso se aceleran después de los 70 años. Mientras que la piel es el órgano que comienza el proceso de envejecimiento más rápido, a partir de los 18 años.
Estos estudios son generalizados, y estará sujeto al estilo de vida que se haya practicado en los años previos a los 65 años.
La edad promedio en la cual empieza el decaimiento de la mayoría de las funciones motoras y sistemáticas del cuerpo son los 30 años. Un punto medio entre el adulto joven y el contemporáneo.
Un ejemplo claro de esta degeneración progresiva son los músculos; estos tejidos pierden 1% de capacidad para tonificarse. Sin embargo, esta es una condición que el ejercicio constante puede arreglar.
Algo similar sucede con los pulmones, cuyo desempeño decae año tras año después de los 30, hasta limitar la inhalación de dos pintas de aire y convertirse en sólo una a los 70 años. La condición empeora si la persona es fumadora.
Una de las enfermedades que ha aportado mayores evidencias sobre la existencia del genoma del envejecimiento es el síndrome de Down, cuyas afecciones muestran síntomas de vejez prematura a causa de anomalías genéticas.
Ningún órgano mantiene la salud de los 20 años tras cruzar el umbral de los 80 años, de acuerdo a la teoría del reloj biológico. Pero esta premisa no implica que después de esta edad no se goce de buena salud; existen casos excepcionales en el mundo que lo demuestran.

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